El hecho de sentarse unos minutos en la intimidad del lavabo para defecar tranquilamente es uno de los últimos reductos de libertad que le quedan a la clase trabajadora.
Un pequeño placer que tiene las horas contadas. Aumentar la sagrada productividad por todos los medios lleva a los empresarios a aplicar medidas que deberían ser revisadas por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.
La última ofensa consiste en cambiar los retretes tradicionales que usan los empleados por una versión perversa: tiene el asiento inclinado 13 grados hacia abajo, de forma que a los 5 minutos de estar sentado, la tensión en las piernas obliga al defecante a levantarse.
Aún deberemos estar agradecidos por una solución así, seguro que más de un empresario ha considerado la posiblidad de aplicar descargas eléctricas para realizar la misma función.
¡Se van a cagar estos empleados!
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