El verano es tan horrible que sólo a él se le ocurre amparar el sonido que produce la piel mojada sobre el plástico de los flotadores. El resto de estaciones no tienen un sonido desagradable por bandera. Y eso por no hablar del olor: frente a las chimeneas del invierno tenemos la crema solar del verano.
Pero, claro, uno tiene que amoldarse a la estación en la que vive. Es una cuestión de supervivencia. Y está claro que alguien con un flotador haciendo el sonido horrible forma parte del verano, lo disfruta y al mismo tiempo hace que otros lo odien. Porque el verano es así de radical. Nadie tiene quejas de la primavera excepto los alérgicos al polen, que, seamos honestos, ya han sido avisados por la evolución de que deberían quedar atrás y los tipos insisten en reproducirse. Cosa suya.
El caso es que, puestos a ser veraniegos, el flotador donut gigante es más veraniego que cualquier otra cosa. Ante la perspectiva de odiar al que produce el sonido del verano, yo prefiero odiar a uno que tenga un flotador que esté chulo y me dé hambre. Y el tipo que lo usa sabe que está generando odio, pero es tan solidario que lo compensa generando hambre. Este donut habla muy bien de la gente. No te hace recuperar la fe en la humanidad, pero, no sé, tengo la sensación de que Schopenhauer lo usaría.
