Sólo los más afortunados pueden andar descalzos en casa. Me refiero a aquellos con moqueta, condiciones de higiene inigualables y hobbits; el resto nos vemos obligados a usar unos artilugios llamados pantuflas.
Las pantuflas dicen mucho del carácter del poseedor. Las más comunes tienen el anagrama de una universidad a la que nunca se ha asistido, el logo de un equipo de fútbol o un tono marrón-verdoso con pelos de perro afincados en las suelas que añade cerca de 20 años de edad al que las lleva (eso no implica 20 años más de sabiduría, sólo de vejez).
En la otra parte tenemos a aquellos que se preocupan por las pantuflas y las adquieren con forma de monstruos, cocodrilos o especímenes extintos. Es en esta categoría donde entrarían las pantuflas LEGO, que obviamente no son tan duras como las piezas originales. Con estas piezas no se puede construir otra cosa que un buen desayuno sentado en el porche, pero eso ya es bastante más de lo que se puede decir de la mayoría de pantuflas. Así que sí: todo aquel que se considere persona digna debe tener unas a la voz de ya.
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