Para los que tenemos cierta edad nos basta con recordar nuestra infancia para imaginar un mundo sin móviles ni redes sociales; las alegrías se basaban en tocar a todos los pisos de los edificios y echar a correr, escupir desde la azotea o levantar fortalezas de cartón por si a los vampiros les daba por salir a la superficie y arrasar todo.
Pero alguien ha imaginado un mundo sin móviles ahora, cuando las redes sociales, los emails y demás prolongaciones del cuerpo forman parte de la ciudad global. Y le ha salido muy bien:
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