La culpa de que Mars Attacks! se esté convirtiendo en película de culto la tienen, sin duda, los pequeños y salvajes marcianitos que la protagonizan.
Todo en ellos perturba y, en algunos casos, atrae al espectador. El cerebro hiperdesarrollado, la sonrisa histriónica, sus pistolas desintegradoras… pero si algo sorprende especialmente es el tono de su voz. Esa forma de hablar, o de ladrar como si de un perro histérico se tratara, provoca amor u odio, pero no deja indiferente a nadie.
Yo preferiría que este peluche de marcianito tuviera la posibilidad de amenazar a los presentes, ladrando a todo volumen y disparando rayos desintegradores a discreción, pero no es el caso.
Por desgracia estamos ante un muñeco sin más, simpático, divertido, pero absolutamente inoperante.